Atado con una correa, Plombir se echa sobre unas gallinas enjauladas. Este pequeño zorro, blanco y negro, fruto de un largo experimento científico realizado en Siberia para domesticar su especie, no ha perdido todo su instinto.
“Sí, ya ha intentado comerse a nuestras gallinas y huir”, cuenta Serguéi Abramov, de 32 años, dueño de Plombir. Vive junto a su esposa Tatiana y sus dos hijos en los suburbios de Novosibirsk, la tercera ciudad de Rusia.
Hace año y medio, su familia adoptó a este zorro, nacido en una granja-laboratorio en la que, desde hace 61 años, se está llevando a cabo un experimento excepcional para entender mejor la domesticación de los animales.
Tatiana Abramova (33 años), bióloga de profesión, afirma que siempre había soñado con vivir con un zorro. El suyo se deja acariciar, da la pata y juega con sus amos. Es “amistoso” y “bromista”.
Pero, sin embargo, no es demasiado obediente: “Salta encima de las mesas, puede abrir el frigorífico y meterse dentro. Roba cosas y las esconde por todas partes”.
Es imposible tener a un animal así adentro de casa, así que Plombir vive en una caseta bastante grande construida en el jardín.
El origen del perro
Aún así, este zorro dista mucho de ser un animal corriente. Tanto él como sus antepasados fueron seleccionados y criados para ser sociales.
Para entender esto, hay que remontarse a 1959, cuando empezó oficialmente este experimento soviético, de la mano de los genetistas Dmitri Baliayev y Liudmila Trut, en una granja de Akademgorodok, el polo de excelencia científica de Siberia.
El primer objetivo que se marcaron era domesticar a zorros para entender cómo el ancestro de los lobos, otro cánido, evolucionó para convertirse en un perro fiel y amable. Y ver en qué medida se puede entender mejor la evolución genética de las especies a partir de esta domesticación.
Desde hace 61 generaciones, los científicos eligen cada año a los zorros más amigables y hacen que se reproduzcan entre sí. Al resto, los sacrifican o los venden -aunque no a muchos- como animales domésticos.
Esta selección artificial “cambia totalmente su organismo”, apunta Yuri Guerbek, miembro del equipo, formado por una quincena de científicos. La granja en la que trabajan tiene casi 1.000 zorros.
“Intentamos entender qué genes cambian y cómo cambian”, agrega Yuri Guerbek.
El experimento, de una duración excepcional, tiene consecuencias en las características físicas de los zorros: su pigmentación se modifica, sus hocicos se acortan…
Los científicos comparan el comportamiento de estos zorros amaestrados con el de otros, agresivos y no domesticados, explica el experto.
Pero, como sucede a menudo en Rusia, la granja no cuenta con suficientes medios para el mantenimiento, y las jaulas están oxidadas y algunas infraestructuras, muy deterioradas.
Hormona del amor
Tras la muerte de Dmitri Beliayev, en 1985, el experimento estuvo a punto de desaparecer con la caída de la Unión Soviética y la crisis económica de los años 1990.
Pero, al final, sobrevivió e incluso ganó importancia pues las nuevas tecnologías, como las técnicas de secuenciación genética, supusieron una verdadera ventana de oportunidades para los “zorros de Beliayev”.
“El interés de la comunidad científica internacional por este experimento sigue siendo muy fuerte”, confirma a la AFP Adam Wilkins, un genetista estadounidense.
Y más aún teniendo en cuenta que el equipo ruso estudia los cambios que provoca la domesticación en el cerebro de los zorros pero también la relación entre esos cambios y los niveles de oxitocina, apodada “la hormona del amor”.
Varios estudios apuntan que esta última favorece los comportamientos protectores, la empatía y los sentimientos amorosos. Así, su secreción podría jugar un papel clave en la domesticación del zorro.
Los zorros amaestrados también podrían facilitar una mejor comprensión de la evolución humana, conforme a la teoría de que los seres humanos se domesticaron a ellos mismos para sobrevivir y limitar la violencia dentro de la especie.
Esta comparación “es pertinente, pues muchos de los cambios que experimentan los zorros domesticados se parecerán a algunos cambios en la evolución humana”, indica Adam Wilkins, feliz de que “queden muchas cosas por descubrir”.
Fuente: BioBioChile