En su casa de la aldea egipcia de Gharb Soheil, a 900 kilómetros al sur de El Cairo, Mamdouh Hasan, de la etnia nubia, acaricia una cría de cocodrilo ante la mirada desconcertada de los turistas.
En esta pequeña localidad a orillas del Nilo no es nada inusual criar cocodrilos en casa, como hace Hasan, de 45 años.
Es una tradición antigua entre los nubios, la principal minoría étnica del país, localizada entre el sur de Egipto y el norte del Sudán actual.
Los hombres capturan los cocodrilos cuando son crías y les gusta exhibirlos luego “como signo de poder” ante los curiosos, explicó Abdel Hakim Abdo, un habitante de la aldea de 37 años.
Las tierras ancestrales de los nubios quedaron inundadas por las aguas del lago Nasser, creado a raíz de la construcción de la presa de Asuán, en 1971.
Con el 90% de sus tierras desaparecidas, un gran número de nubios tuvo que abandonar las orillas fértiles del Nilo en dirección a la tierras áridas del sur, las grandes ciudades de Egipto o del Golfo.
Los ángeles del Nilo
Para la civilización nubia, con casi siete mil años de existencia, el Nilo era el río sagrado que representaba la vida.
Hasta principios del siglo XX, varios ritos sociales nubios -como los casamientos- ocurrían a orillas del histórico afluente.
“El Nilo forma parte de la identidad de los nubios (…). Todos los animales que viven en el río son considerados ángeles”, asegura Abdo, sentado ante el majestuoso río.
Gharb Soheil es heredero de esas costumbres milenarias y su manera de contribuir a preservarlas es mediante la cría de cocodrilos, lo que al mismo tiempo le supone un ingreso.
En algunos portales de las callejuelas estrechas de esta aldea se pueden ver cocodrilos disecados, el señuelo para atraer a los turistas.
“Les presento a Francesca (…). La he criado desde que nació”, dice Hasan a los visitantes, mostrando con el dedo un reptil de 1,50 metros de largo que se agita en una alberca a sus pies.
Hasan vende igualmente objetos artesanales nubios, pero los turistas se sienten irremediablemente atraídos por Francesca, que le debe su nombre a unos visitantes italianos.
Egipcios o extranjeros, los curiosos acuden para observar de cerca a esos animales o para sacarse fotos a su lado.
Los ejemplares de más edad pueden llegar a superar los siete metros de largo, pero Hasan tranquiliza a los más temerosos. “Crecen a nuestro lado. Los alimentamos y los cuidamos. Con el tiempo pierden su agresividad”.
“He venido aprovechando las vacaciones escolares para que mis hijos puedan ver verdaderos cocodrilos”, afirmó Hani, un padre de familia egipcio de 35 años.
Para capturar a los cocodrilos, los nubios siguen el rastro de las hembras al sur de la presa de Asuán y se llevan sus huevos. Hasán aprendió el oficio con su padre, hace más de 20 años.
Fue uno de los primeros en la aldea en criar cocodrilos con fines turísticos, afirmó su hijo.
“Éste es Franco”
Los nubios no son los únicos en Egipto que aman a esos reptiles.
Durante el tiempo de los faraones tenían rango de divinidad y Sobek, dios reptil, protegía a los humanos de las crecidas y otros peligros del Nilo.
El templo de Sobek, situado en Kom Ombo, a 40 kilómetros al norte de Asuán, alberga todo tipo de representaciones de reptiles, grabados y varios ejemplares de animales disecados.
La técnica de disecar a los animales es una tradición que aún perdura en Egipto, una práctica de la que se enorgullecen los habitantes de Gharb Soheil, que después de la muerte de sus mascotas acuden a este procedimiento.
El proceso requiere de dos días hasta un mes, dependiendo de la talla y la edad del animal, precisó Hasan.
“Éste es Franco, murió hace un mes”, explicó, mostrando al animal entre sus brazos.
Primero hay que sacarles las entrañas, luego rellenarlos de paja o de serrín, para a continuación darles la posición que prefiera su propietario.
“Sabemos que este cuero vale oro, pero no estamos dispuestos a vender la piel de nuestros cocodrilos”, afirmó Hasan. “Son nuestro orgullo”, concluyó.
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