Una presunta ‘responsabilidad moral’ cuenta hoy más para los periodistas que dar cuenta de la realidad de la manera más fiel posible. Por eso algunos de ellos tienden a deformar los hechos cuando éstos no coinciden con sus creencias, en particular su fe en el progresismo, dice la ensayista Ingrid Riocreux.
La ensayista francesa, investigadora asociada en la Universidad París Sorbona, acaba de publicar ‘Mercaderes de noticias, ensayo sobre las pulsiones totalitarias de los medios’ (editorial L’Artilleur), segundo libro en el que analiza el lenguaje mediático.
“Los periodistas deforman y orientan la recepción de los acontecimientos”, sostiene Riocreux que cita numerosos ejemplos en su libro. Al mismo tiempo advierte: “No hay que demonizar a los periodistas”.
Según ella, los periodistas lo hacen “por una buena razón, porque juzgan que deben ir en el sentido de la historia”, concretamente, en el de un “progresismo blando”.
Lo periodistas temen sobre todo incitar al público a tener “malos pensamientos”. Por ejemplo, alentar a la gente a votar por candidatos populistas. Esto es lo que se impone a ellos como una “responsabilidad moral” que está por encima del empeño de dar cuenta de lo real, de ser lo más fiel posible a los hechos, en definitiva, de su compromiso con lo verdadero.
Ingrid Riocreux, diploma de Estado en Letras Modernas y autora en 2016 de “Lenguaje de los medios”, concedió la siguiente entrevista a Radio Francia Internacional.
RFI. Usted no se muestra muy entusiasta con la lucha declarada de los medios contra las noticias falsas (fake news). ¿Por qué?
Cuando surge un nuevo concepto, como en este caso, uno tiende a pensar que la razón es que está evocando una nueva realidad. Sin embargo el término fake news, que se ha impuesto recientemente en el lenguaje mediático, designa fenómenos que han existido desde siempre. Es más, antes teníamos un vocabulario más variado para referirnos a ello: mentira, difamación, suposición, etc. Esas palabras bastarían para poner en duda la veracidad completa o parcial de las informaciones. Entonces, de entrada, el término de fake news me parece sospechoso. Me parece que tiene, sobre todo, una carga ideológica.
¿En qué sentido?
Porque permite condenar de manera relativamente fácil informaciones que son objeto de cuestionamientos ideológicos. Los medios van a decir que tal persona que niega el calentamiento global, y es por tanto “climático escéptica”, se ha especializado en propagar fake news. Esto permite presentar a esa persona, que tiene una forma de pensamiento no autorizada, como propensa a enunciar informaciones falsas. Se nos invita por tanto a considerar que todo lo que ella dice es falso; no se va a examinar en detalle si en su discurso también hay informaciones interesantes y elementos que podrían motivar la reflexión. Se rechaza todo en bloque.
En su libro “Los mercaderes de las noticias, ensayo sobre las pulsiones totalitarias de los medios”, usted también se refiere a la dificultad para diferenciar lo verdadero de lo falso.
Sí, ése es el segundo punto. Me parece muy peligroso encerrar a las personas en la idea de que hay informaciones verdaderas e informaciones falsas. Porque las personas comunes y corrientes como yo no tenemos ningún medio para verificar esas informaciones. Tarde o temprano estamos obligados a tener confianza en lo que nos dicen. Por eso, en lugar de decir que algo es ‘verdadero’ o ‘falso’, yo sugiero estar atentos a la manera en que se enuncian los hechos. Porque se puede afirmar algo perfectamente verdadero, completamente cierto, pero decirlo de tal manera que se orienta su recepción por parte de la audiencia. Esto es lo que me parece más peligroso.
¿Piensa usted que en el debate público hoy en Francia nadie dice realmente lo que piensa, lo que tiene en el fondo del corazón, porque teme ser acusado de “derrape mediático” (dérapage en francés)?
Sí. El problema es que actualmente el “tribunal mediático” es más rápido que la justicia en dictar una sentencia. Un gran temor pesa sobre el discurso público: ser condenado por una frase o una expresión, terminar desacreditado a causa de una palabra. Esto explica por qué el discurso público está completamente minado. Hoy existe una presión permanente, implícita, un temor constante a la acusación de derrape mediático. Si esto ocurre, la persona debe dar marcha atrás. Todo esto es un proceso propio a un tribunal no oficial pero que existe en este momento en los medios y que es perfectamente visible.
Usted dice que ese tribunal mediático es “absolutamente aterrador”. ¿Por qué?
Porque los medios pueden condenar hoy a una persona por haber pronunciado palabras que la justicia, dentro de unos años, puede considerar legales. Culpable hoy ante los medios, pero inocente mañana ante la justicia. El problema es que mientras dura el proceso, pueden pasar varios años y la opinión habrá olvidado el momento de la crisis desatada por el contenido concreto del derrape mediático. El tribunal mediático es amenazador y más rápido. Por eso parece que la palabra pública está condicionada todo el tiempo.
¿Es lo que usted califica de tendencias totalitarias o neo-totalitarias?
Sí, en el sentido de que es una especie de cacería en manada. El problema de los periodistas, y por eso me interesé en un comienzo en el lenguaje mediático, es que estamos ante un lenguaje gregario. Es una especie de lenguaje propio a una comunidad, a un medio cerrado. Pienso que es muy inquietante que los periodistas que, en principio, deben estar atentos al mundo, a la escucha, que supuestamente deben contribuir a la apertura de nuestra manera de pensar, que deben ayudarnos para que cada uno se forme su propia idea sobre temas que ignoramos, que esos periodistas se comporten, al final de cuentas, como una comunidad cerrada.
¿Qué impacto tiene esto en el lenguaje mediático?
A partir del momento en que tenemos este funcionamiento en circuito cerrado, tenemos una especie de contaminación de las palabras que es mantenida por la forma misma como se produce la información. Es bastante sorprendente constatar, por ejemplo, que numerosos periodistas no van a buscar las informaciones a la fuente, no se confrontan con el hecho mismo, sino que fabrican su discurso a partir del discurso que elaboran otros medios. Los periodistas están todo el tiempo escuchando a otros periodistas; están mucho más en contacto con los colegas que con la realidad.
“Los hechos han sido completamente desmentidos por mi opinión”. Esta frase Xavier Gorce en uno de sus dibujos resalta la dificultad que tiene toda persona para aceptar que se ha equivocado, que las cosas no son como las predijo o quisiera que fueran. ¿Se aplica esa fórmula a los periodistas actuales?
Yo quisiera aclarar que no se debe demonizar a los periodistas. En realidad, incluso cuando los periodistas deforman los hechos, incluso cuando el discurso mediático deforma los hechos de manera consciente y concertada, es siempre por una “buena razón”. Los periodistas siempre tienen en la mente la idea de que no hay que estimular el voto populista, por ejemplo. Están convencidos de que no hay que darle justificación a una ‘mala’ idea. A menudo cito el caso de una periodista que me dijo lo siguiente durante una de las primeras entrevistas que concedí tras publicar mi primer libro: ‘Pero señora Riocreux, usted entenderá que nosotros no podemos dejar que la gente tenga malos pensamientos’. El periodista está convencido de que tiene una responsabilidad moral y que ésta prima sobre la necesidad de decir lo verdadero.Según usted, entonces, ¿el punto de referencia de los periodistas no sería, pues, la realidad, los hechos, lo factual, sino esta presunta responsabilidad moral?
Así es. El punto de referencia hoy de los periodistas es moral. Esto explica por qué viven en la anticipación permanente de la recepción de la información. Están siempre pendientes de la presunta reacción de la gente ante una información. En la medida en que toda esta presunta reacción de la opinión, compuesta en últimas de juicios morales, ejerce una enorme presión sobre el discurso mediático, podemos decir que, en la práctica, la información está condicionada antes de ser producida.
Usted decía que los periodistas actúan motivados por una ‘buena’ razón. Pero, ¿cómo saben ellos que una razón es ‘buena’?
En el discurso mediático ha aflorado una especie de creencia que podemos calificar de religiosa. Es un discurso construido sobre la base de meras presuposiciones que son consideradas sin embargo como evidencias. Una de ellas es la creencia en el progreso. Recientemente en Francia hubo por ejemplo una evolución de los periodistas en cuanto a la PMA [procreación médica asistida] y la GPA [gestación subrogada o por sustitución].
¿No tiene usted la impresión de que en un primer momento, una mayoría de periodistas en Francia estaba a favor de la PMA pero no de la GPA?
Así es. Incluso la GPA, en un comienzo, los escandalizaba. Lo sorprendente es que paulatinamente, los periodistas fueron cambiando de opinión por la influencia de los grupos de presión (lobby). Éstos van modificando su discurso examinando lo que es admisible o no en la esfera mediática. Los grupos de presión son capaces de ajustar su vocabulario a las expectativas de los periodistas para lograr ponerse en sintonía con esta especie de progresismo blando, progresismo tranquilo, que es el pensamiento de base de los periodistas.
En efecto, el periodista cree en el progreso y quiere acompañarlo pero no quiere ser el que trastorna las cosas, el que las anticipa, el que encabeza la revolución. Por eso el periodista dirá que “tal cosa ya ha sido legalizada en tal país” mientras que en otro caso dirá: “tal país sigue practicando tal cosa”. En esta relación con el tiempo, se parte del principio de que la historia tiene un sentido, como si estuviéramos hablando de la realidad objetiva cuando, en realidad, estamos en presencia de una creencia irracional de tipo religiosa.
Para terminar, ¿tiene usted alguna recomendación para los ciudadanos que, a pesar de todo, tienen que recurrir a los medios para informarse?
Seguir el medio pero hacerlo de otra manera. Estar atento, como dije antes, a la manera en que los periodistas enuncian los hechos. Hay que practicar una desconfianza hacia los medios pero una especie de desconfianza sana, no global, no meter a todos los periodistas en el mismo saco. Una desconfianza fundada y rigurosa.