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Una lección de humildad

Se repite como cosa cierta que Chile es otro desde el viernes 18 de octubre, que cambió sin vuelta atrás.

Quisiera proponer que lo que cambió en realidad no es Chile, sino nuestra mirada. De golpe y en cierto modo a golpes despertamos y abrimos los ojos. Entonces vimos los abusos, las injusticias, las necesidades, los sueños rotos y la falta de sueños. ¿Por qué no lo veíamos? ¿Por la Constitución? ¿por el modelo económico? ¿Por el sistema? ¿En serio? Cuidémonos de que no sea esta otra manera de eludir la verdad, de eludir nuestra responsabilidad. Me pregunto si lo que está en el fondo no es, además de la avaricia y la corrupción de algunos, la soberbia de muchos.

La soberbia nos hace ciegos a nuestros defectos y limitaciones así como a la dignidad y humanidad de nuestros semejantes, sordos a sus opiniones y propuestas, insensibles a sus necesidades; tontos, porque creyéndonos superiores, cierra nuestra mente a nuevos desafíos y una verdadera innovación; mudos y solitarios, porque creyéndonos en posesión de la verdad hace imposible el diálogo y la política.

Cayó la venda y descubrimos impresionados tantos problemas, ilusionados tantas soluciones posibles, maravillados tantas manos y corazones juntos. Hemos recibido una lección de humildad. Histórica oportunidad de dar un gran paso hacia un país mejor.

Los riesgos son muchos, pero el más grave quizás sea, nuevamente, la soberbia. Acusando y criticando indiscriminadamente a los políticos, a los empresarios y a nuestro pasado, teñimos todo de negro e inadvertidamente nos cubrimos con el blanco manto de la pureza y la santidad. Nosotros los buenos, ellos los malos. Y así nuevamente nos hacemos ciegos.

Para prevenirlo, me atrevería a sugerir que no consideremos solamente lo que han hecho mal ellos, sino también cada uno de nosotros, y también lo que entre todos hemos hecho bien, que no es poco. Podemos preguntar sobre esto a los inmigrantes que han hecho de Chile su casa.

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