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Coasteering: la práctica que se impone en los acantilados franceses

Desplazarse por una pared rocosa contra la que estallan las olas del mar, saltar desde un saliente al agua y explorar a nado una gruta: el ‘coasteering’ gana adeptos en las accidentadas costas francesas.

Esta actividad surgió en los años 90 en Gales con una finalidad lúdica, antes de extenderse por el rocoso litoral del Reino Unido e Irlanda, para convertirse en un pasatiempo popular.

Desde hace unos años su práctica crece en las costas francesas, especialmente en la Costa Azul, en Bretaña y en Normandía.

“Funciona bien”, asegura Reinald Le Bresne, guía de ‘coasteering’ de la Asociación de Salvamento y Educación para la Seguridad en la región normanda de Cotentin (oeste de Francia).

Aunque está autorizada en el país galo, la actividad no está reconocida como tal. Lionel Richard, que aboga por su oficialidad desde Niza, lamenta el ‘limbo jurídico’ en que se halla, lo que obliga a bautizarla como “espeleología al borde del mar”.

Fred Tanneau | Agence France Presse
Fred Tanneau | Agence France Presse

“Todo está aún por hacer en Francia”, indica Maël Pacé, guía acompañante que es otro de los pioneros de la actividad en este país.

“Por el momento, cada uno adapta la actividad a sus capacidades”, explica este polifacético nadador y monitor de piragüismo de 31 años.

Equipadas con un casco, un traje de neopreno y zapatillas deportivas, ocho personas tratan de descubrir un día de final de julio los imponentes acantilados del parque natural de Armórica (Bretaña, oeste).

Fred Tanneau | Agence France Presse
Fred Tanneau | Agence France Presse

“Chimenea del diablo”

“Aquí estamos por encima de la chimenea del diablo”, explica durante una parada el joven guía.

Tras un primer salto a un agua a 20 grados de temperatura, el grupo prosigue a nado hasta un montículo rocoso. “Aquí hay cuatro metros de altura, ahí cinco y allí a seis o siete metros. Cada uno elige”, invita el guía.

“Yo tengo ganas de ir hasta allí, de saltar desde ahí arriba, nunca hice esto pero tengo ganas de hacerlo”, asegura Sandra Sabatier, de 48 años, extasiada por la belleza del paraje a pesar de que la adrenalina comienza a correr por sus venas.

Algunos miembros del grupo vacilan, pero todos acaban saltando, especialmente los tres adolescentes ávidos de sensaciones fuertes.

“¡Es magnífico! Recomiendo esta actividad a todos, aunque hay que ser hábil en el agua y en las rocas”, reconoce Nina, de 16 años, con una amplia sonrisa después de lanzarse desde cinco metros.

“Nos divertimos como adolescentes, es genial, me encanta”, se entusiasma Rudy Verdier, el marido de Sandra. “Saltas al agua, sales, escalas, exploras una cueva… ¡somos como niños!”

Fred Tanneau | Agence France Presse
Fred Tanneau | Agence France Presse

Todos se maravillan al descubrir la gruta del diablo, sólo accesible por mar, que horadó la roca dejando una forma parecida al conducto de una chimenea, por el que sale la espuma producida en las tormentas invernales.

“El lugar es magnífico, es realmente algo diferente y fabuloso descubrir el medio ambiente de esta forma”, explica Christian Massias, otro adepto, de 50 años.

“Con esta actividad tenemos generalmente un punto de vista único de lugares excepcionales”, señala Reinald Le Bresne pensando en el Nez de Jobourg y sus acantilados, los más altos de la Europa continental.

Las tres horas de recorrido, dos de ellas en el agua, deparan un regreso entusiasta al punto de partida entre el pequeño grupo, deseoso de repetir en cuanto se presente una oportunidad.

Fuente: BioBioChile

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