Desde hace unas semanas, Harry Kajevic duerme en 2,4 metros cuadrados en un local clandestino. Es de los primeros habitantes de los “departamentos colmena”, como los que ya existen en Japón o Hong Kong, abierta clandestinamente por una empresa en Barcelona.
En su cubículo apenas cabe un colchón y una mesita. Ahora ya son una decena de residentes conviviendo en este local de 200 metros cuadrados concebido para 20 personas, que cuenta con salón, cocina, duchas y una soleada terraza.
¿El precio? 200 euros mensuales (150 mil pesos chilenos), gastos incluidos.
“Para mí, esta vivienda es muy digna”, asegura este corpulento camionero austríaco de 42 años, que acaba de reinstalarse en esta ciudad española donde ya vivió durante seis años.
“Salgo a la calle limpio y comido, descanso cuando duermo. Puedo ir por la calle como cualquier otra persona”, continúa.
El ayuntamiento de izquierdas de Barcelona, en guerra contra la especulación inmobiliaria, discrepa: prohibió a la empresa Haibu, española aunque domiciliada en Países Bajos, alquilar estos inmuebles y cerró un local de exposición.
Aun así, Haibu (colmena en japonés) decidió desarrollar su proyecto en la ilegalidad. Temiendo ser rastreados por las autoridades, sus promotores escondieron la entrada a su primera “colmena” en un local comercial y solo acuden a ella con el teléfono en modo avión.
En su interior, todavía en obras, las persianas están bajadas para esconder a sus inquilinos.
Más allá de los pequeños habitáculos hechos con conglomerado de madera, el mobiliario es escaso y con aspecto de haber sido reutilizado, principalmente sillas y mesas. También armarios que, obviamente, no caben en los cubículos.
Mejor que la calle
En la cocina, Héctor Cabañol se prepara un café soluble. Calienta agua en el microondas porque el departamento no tiene cocina.
“Está bien por un tiempo, hasta que salga algo mejor”, reconoce este electromecánico de 36 años, divorciado hace un año.
Cobra 800 euros (600 mil pesos chilenos) al mes por un trabajo a media jornada. Alrededor de 600 los destina a la manutención de sus hijas y a pagar la hipoteca que todavía comparte con su exmujer.
“Si no fuera por esto, no sé qué estaría haciendo, la verdad. Había ido tirando con ahorros pero ya no tenía nada. Prefiero esto que estar en la calle”, afirma.
Según la estadística del gobierno regional catalán, el alquiler medio en Barcelona a finales de 2018 era de 954,29 euros (724 mil pesos chilenos), un 40% más que a finales de 2013.
En los principales portales inmobiliarios, el precio por habitación apenas baja de 300 euros (227 mil pesos).
En un mercado laboral precario, con un 30% de trabajadores que no alcanzan los 1.230 euros mensuales (930 mil pesos) , el acceso a la vivienda se complica.
Según las estadísticas judiciales, en 2018 se realizaron en España más de 37.000 desahucios por impago de alquiler, un 9% más que hace dos años.
Y en Barcelona, varias asociaciones benéficas alertan que desde 2015 está repuntando el número de personas sin hogar debido, en parte, a la burbuja del alquiler.
“No todo vale”
Pero estos departamentos colmena chocan con la ley, que establece que una habitación debe medir al menos 5 metros cuadrados en España. Ni siquiera sus habitáculos de matrimonio alcanzan esa superficie.
Su precio oscila entre 125 y 325 euros (95 mil y 250 mil pesos), en función del tamaño, los cohabitantes y la ubicación. En los más pequeños, de 2 metros de largo, 1,2 de ancho y 1,2 de alto, no cabe una persona de pie.
Para Janet Sanz, responsable de urbanismo del ayuntamiento de Barcelona, es “mercadear con un derecho básico”.
“Son departamentos agujero, no una vivienda digna. Estamos de acuerdo en que debe haber una oferta asequible pero no todo vale”, asegura.
Desde Haibu, en cambio, se presentan como una iniciativa social, que solo obtendrá un margen de beneficios del 5% y ofrecerá a sus residentes asesoría profesional.
“La esencia es que la gente venga una temporada solo, se ponga fuerte económicamente y a partir de allí despegue”, argumenta Marc Oliver, uno de sus impulsores.
Como Haibu -que asegura disponer de 1,2 millones de inversión y 40 empleados- no puede firmar contratos de arrendamiento, la cuota se camufla como una suscripción a una asociación que da a los inquilinos derecho a vivir en la colmena y sirve de cobertura a la empresa.
Y pese al rechazo de las autoridades, quieren plantar batalla: “Vamos a saco, hemos abierto esta colmena y vamos a abrir 17 colmenas en total” en Barcelona y sus alrededores, dice Oliver.
“A medida que las vayan cerrando, iremos abriendo más”, insiste el empresario, que vislumbra expandirse a París, Washington o Copenhague.
Fuente: Biobiochile.cl